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  • Tengo que reconocer, aunque me cueste e intente disimularlo parafraseando a autores de renombre, que no entiendo de economía –al igual, me temo, que les ocurre a los expertos que nos guían, cual lazarillos, por la senda de la austeridad suicida-.

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miércoles, 9 de mayo de 2012

El abrefácil.

Seguramente, el tío que inventó el abrefácil estará forrado. Vivirá en Miami, como el resto de forrados, en una urbanización de lujo en la que cantantes forrados, actores forrados y demás colectivos tan forrados como imprescindibles para la supervivencia de la especie humana serán sus vecinos. 



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Se levantará tarde (los forrados no tienen por qué madrugar) y ocupará el tedioso tiempo que transcurre desde el desayuno hasta el almuerzo jugando al golf con sus amigos forrados, mientras charlan de la conveniencia o no de usar el palo 7 en el green, de lo que molesta el viento lateral en un swing o de la última reunión del club Bilderberg.

Después de comer, intercalará un sorbete de limón al cava entre plato y plato para no mezclar sabores, pequeño capricho de forrado que solo nos podemos permitir el común de los mortales en las bodas, y comentará durante la hora del té la jugosa jubilación que a Rodrigo, con quien ha quedado para cenar, le quedará después de dimitir de su banco.

Sin embargo, y a pesar de este aparente y más que contrastable éxito vital, creo que es hora ya de decirle que su invento es una mierda: ni abre ni, mucho menos, lo hace fácilmente.

La casuística me dice que la mayoría de las veces que me he enfrentado a este invento del averno, el envase en cuestión o no se ha abierto, o se ha roto, o me he cortado o, lo que es peor, las tres cosas simultáneamente. El resultado final es bastante metafórico para los tiempos que corren: siempre termino usando la tijera.

Sin embargo, cada cierto tiempo, alguien planta cara al abrefácil, como aquella vez que a un iluminado le dio por inventar el tapón. Pero el anterior sistema estaba ya tan arraigado, que solo pudo implementar su método aperturista en determinados tipos de envases. No obstante, la expectación que despertó fue tan grande que, antes incluso de comprobar la utilidad de su artilugio, la Academia del Nobel le concedió uno de sus galardones.

Desde hace unos meses, cuentan que un nuevo profeta, gabacho esta vez, anda predicando por ahí un nuevo antiabrefácil. El grado de catársis colectiva ha sido tal que las masas lo han aupado hasta la Presidencia del país. La escarmentada Academia sueca se hace la idem de momento. Seguiremos informando.

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